PESCUEZOS
Raül Clemente
Un galgo deambula desorientado en el arcén de una carretera cercana a Carmona, un pequeño y pintoresco pueblo cercano a Sevilla. Es una mañana brumosa de febrero, está amaneciendo y los coches lo esquivan a toda velocidad entre cláxones y ráfagas de luces. Confundido, tiembla y mira nervioso a su alrededor buscando una salida. En décimas de segundo se adentra en la carretera. Ya es tarde. Esquiva al primer coche que frena súbitamente. Otros pitan. De pronto, un golpe seco, sangre y todo oscurece.
Durante muchos siglos los cazadores de las zonas rurales de España han utilizado esta raza de perro para cazar animales salvajes en todo el paisaje invernal. Se utilizan en la caza en campo abierto: una modalidad en la que los galgos (suelen correr por parejas), sin ayuda de su dueño, cazan a la pieza (sobre todo liebres) tras una persecución. Cada año se celebran decenas de campeonatos por toda España.
El galgo y el toro son dos animales emblemáticos de la cultura española, pero eso no es lo único que comparten. La gente que los cría busca una peculiaridad de carácter llamada «La Raza»: el mejor ejemplar para su propósito.
En el caso del galgo, ser el velocista más rápido y resistente. Como en el deporte, el éxito de un galgo llega después de meses de entrenamiento y esfuerzo. La realidad es mucho más compleja y macabra ya que pocos perros de competición se mueren de viejos junto a sus galgueros. La vida útil de estos animales es breve: entre 16 meses y 3 años. Cuando ya no es válido, el galgo se convierte en un problema siendo víctima de una tradición cinegética que ha tomado una trayectoria cruel.
Miles de estos animales (se estima que entre 50.000 y 100.000) mueren atropellados en carreteras o autopistas, son abandonados, maltratados, incluso asesinados al terminar la temporada anual de caza que termina en febrero. Porque, aunque sanos, ya no cumplen con las expectativas de sus propietarios, ya no son los más veloces ni los más ágiles. Los galgueros, crían masivamente estos perros con la esperanza de que uno de los tantos de la camada se convierta en un lucrativo negocio. Los anuncios de robo son recurrentes en la página web de la Federación Andaluza de Galgos. Muchos cazadores reconocen que crían a sus animales en búnkeres para evitar los hurtos.
Según datos de la Federación Española de Galgos, cada galguero posee de media seis galgos. Oficialmente, hay más de 15.000 galgueros federados en España, pero hay miles más que no lo están. Los números hablan por sí solos y no existe ninguna ley de protección animal que evite estas prácticas contra los galgos. Animalistas y protectoras aseguran que siguen documentando casos de galgos ahorcados, pero en los últimos años han proliferado nuevas prácticas: arrojar a los perros a pozos (algunas veces vivos), quemados después de haberles arrancado el microchip identificativo o entregarlos a protectoras. Abandonar un galgo en España es sencillo. Cualquier persona puede dirigirse a un refugio y dejar allí a su animal. En Andalucía el proceso no tiene coste para el propietario. Basta con dar un motivo que justifique la entrega.
Durante el mes de febrero en La Fundación Benjamin Mehnert, el mayor refugio de galgos de Europa, centenares de perros llegan a coincidir en sus instalaciones situadas en Alcalá de Guadaíra (Sevilla). Esta fundación estima que atiende a unos 1.200 galgos al año, en su mayoría recogidos de manos de los propios galgueros. Este refugio se levanta en un complejo cerrado de más de 20.000 m2 que alberga varias consultas veterinarias, quirófanos, una residencia canina y dos pabellones en los que conviven hasta 720 galgos. El olor es intenso a primera hora de la mañana. El ruido de los aullidos y ladridos es ensordecedor. Las peleas entre ellos son comunes a causa del estrés que les provoca estar en estas condiciones. En muchos casos tienen conductas autodestructivas ante una nueva realidad. Hay perros que temen subir escaleras, tienen miedo a los hombres o a salir a la calle.
No todos los galgos terminan mal. Muchos encuentran su hogar en otros países, donde se aprecia como perros de compañía a estos nobles animales, que antaño fueron asociados con la nobleza, incluso considerados como una deidad en el antiguo Egipto.
En el resto de Europa y otros países se preguntan por qué no hay más control con los galgos en España y cómo los galgueros siempre salen impunes. La respuesta que dan los europeos a esas cuestiones sin resolver es la adopción. Cada año unos 600 perros de esta raza encuentran nuevo hogar en países como Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Estados Unidos o Italia.
Cada vez más gente y asociaciones (muchas extranjeras) denuncian la necesidad de reavivar un debate que durante décadas ha sido tabú en España: así compiten, sufren y reviven los galgos.
del 7 al 30 de octubre
Una exposición enmarcada en el Emotiva21. Festival Internacional de Fotografia Contemporánea.
La FactCultural
Rambla d’Egara 340. Terrassa.
De lunes a sábado de 16 a 21 h. Domingos y festivos abierto los días de función. Entrada libre.

